Esta es una historia que si bien fuera un sueño sería una pesadilla, que empezó con cara de ilusión y terminó con un asesinato.
Una noche cualquiera, en un punto cualquiera de la enorme ciudad que nos rodea, dos personas estaban apunto de encontrarse sin imaginar que sus mundos se tambalearían tanto como para no volver a ser los mismos que solían ser. Entonces ahí se encontraba uno fumando un cigarro en una banca de cemento esperando a que el otro apareciera por fin, detrás de algún otro ser humano, a pesar de que no tenía idea de cual es su aspecto, de manera intuitiva, sabría, con sólo ver su silueta, que era él a quien estaba esperando. Aquél que habría de cambiarle la vida.
Entonces así, se sonrieron a los lejos y no hizo falta decir más porque un movimiento interno hizo que sus universos se entremezclaran de una forma en la que no podrían separarse, y aunque así lo hicieran, siempre estarían unidos, por algún u otro recuerdo compartido, por lugares, que bien podrían ser especiales en mil maneras posibles, pero sólo lo eran así, porque los unía más que nada y nadie; por sensaciones que parecen conocidas casi arquetípicamente, pero que sólo habían sentido con ese alguien. Aquél que habría de romperles el corazón.
Las noches y los días pasaron, llenos de lunas, soles y estrellas, personas y momentos, que se atesoran un baúl llamado memoria, que casi nunca se pone a disputa en un divorcio o en una separación. Y así pasaron también segundos eternos, minutos infinitos y horas interminables, que se registran en los teléfonos celulares, palabras y palabras en mensajes de texto que bien podrían ser parte de un libro de varios tomos que hablan sobre lo maravilloso que es el amor, que bien podría ser una novela que ganaría premio alfaguara 2012, por la exquisitez de su composición literaria. Aquélla que habría de recordar siempre.
Ese sueño que nos hacía volar más alto que en un juego de Quidditch, en el que estaba siempre la misma persona a su lado, por la que valía la pena hacer y deshacer, la que los hacía indestructibles, la que los hacía bailar más sensualmente, la que los hacía correr más rápido, o comer más sanamente, la que les eliminaba vicios y los cambiaba por otros igual de dañinos pero placenteros. Ese sueño que incluía monstruos, brujas y hechiceros, ladrones, reyes y princesas, donde lo justo era lo necesario. Aquél en el que habría de vivir, por siempre, en ese momento.
La extra motivación para levantarse de la cama, ducharse, peinarse y arreglarse con más esmero, esa misma que los hacía más fuerte y ahora los debilita, la misma que los volvía admirables y admirados, es la misma que ahora resulta extraña, de la que se desconfía, la que nos transformó, para bien, y para mal, para arriba y para abajo. La misma que miente a ratos, la misma que salva, la misma que lleva un paso más, sobre el camino, la que esperanza y la que limita. Aquélla que jamás se habría de perder.
Esa lluvia de estrellas, ese manto celestial, esa sensibilidad, esa hipersexualidad, esa extra erotización, esa sobre manipulación del cuerpo y de las emociones, esos abrazos y esos besos. Esas piernas, ese pelo, esos ojos, esa boca, esas nalgas, esa verga. Ese sexo. Ese orgasmo, esos orgasmos, ese cielo, ese infinito viaje espacial, ese polvo de luna, esta materia gris, estas metáforas, estas hipérboles, estas sinécdoques. Aquéllas que jamás habría de repetir.
Esta locura, de haberte tenido y ahora no tenerte, de estar y no estar, de poder ser y no será. ¡Esta locura! Que me hace pensar en círculos, que me hace caminar a ciegas, que me hace enamorarme, que me hace reír, que me hace llorar, que me hace actuar, esta locura de volverte a hallar. ¡Esta locura!: que es amor y que lo desprecia, que lo ama y que lo ignora, que lo persigue y que lo ata, que lo construye y lo deforma. Aquélla que habría de acompañarles.
Estas ganas de volarse la tapa de los sesos, esas ganas de pedir un abrazo fuerte y eterno, de buscar otro cuerpo, de hastiarse del veneno de la piel humana, de bailar en la oscuridad y con los ojos cerrados, de ver una película que nos haga llorar, de mirar el horizonte. Las ganas de cantar, de gritar, de agarrar el sol y de contar estrellas. Las ganas de crecer, de no envejecer, de ser por siempre niños, de pensar como adultos, de vestir cómodamente, de verse elegantes, de tener y poseer, de ser poseídos y venderse, de comprar y regalar. Aquéllas que habrían de no extinguirse.
Esta imaginación que me hace escribir líneas y que me hace pensar en todos los que me rodean, que me hace creer en las conexiones intersubjetivas que guardo con todos los que me impactan cada día, que me hace caminar sobre cuerdas flojas, que me hace dormir por las noches, que me hace hacer preguntas, que me hace decir mentiras, que me hace llegar a la verdad, que muestra mi verdadero yo, que se equivoca y que sufre. Que no se entiende a ella misma y que se adora con toda el alma. Aquella misma que habría de cultivarse en todos nosotros. No la asesinen cómo yo hice con la mía. TE AMO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario